viernes, 4 de diciembre de 2009

Contratiempo.

Con un estrepitoso sonido la alarma del reloj lo hizo despertar. Él estiró el brazo maquinalmente y la hizo callar enseguida. Hundió la cara en su almohada y, de modo inevitable, se internó nuevamente en el mundo de los sueños. De pronto, los bocinazos de un auto afuera de su casa resonaron hasta su inconsciente y lo trajeron al mundo real. Supo que había perdido la noción del tiempo otra vez, que llegaría tarde como siempre. Fue en ese preciso segundo cuando la rabia consigo mismo lo impulsó a adelantar todos sus relojes, para así acelerarse cuando consultara la hora.

– Cinco minutos, no, es muy poco, que sean diez, o quince, ¡hasta una hora! – gritó efusivamente.

Los próximos días –estaba seguro– nadie se le adelantaría. Sería el primero en alcanzar el paradero, el metro, la micro, la media cuadra antes de llegar a la oficina, saludaría al incrédulo portero con su mano y recibiría el primer ladrido de la mañana de ese Bull terrier que tanto le aterraba. Y así fue. Despertó antes, desayunó antes, trabajó antes e, incluso, soñó antes: tenía tiempo de sobra para imaginar a esa mujer que le obsesionaba. Fue tanta su manía que adelantó sus relojes un día entero. El viernes pasó a ser su jueves y el sábado su último día de la semana. Nunca más se atrasaría con ese método.

Un día, a eso de las siete de la tarde del día martes –que en verdad era el día miércoles–, recibió una nota en la puerta de su casa. Con una caligrafía impecable, esta decía: Mañana morirás. Aterrorizado arrugó el papel.

– ¿Mañana? Esto es broma – murmuró con un hilo de voz.

Esa noche del día martes sucumbió al pánico: no durmió, sudó helado y repetía en su mente que el día miércoles no llegara. Pero llegó. Su sentencia de muerte de un día miércoles se traducía en un tranquilo jueves para Santiago entero.

El hombre, más solitario y más introvertido que el común, hizo su recorrido hacia su trabajo como de costumbre, pero esta vez, vigilando siempre su retaguardia y observando sombríamente en los rostros de los transeúntes algún indicio que delatara el crimen que estaban por cometer. Sabía que el papel que había hallado podía ser perfectamente una burla –de un gusto sádico, por cierto–, pero aun así el beneficio de la duda lo atormentaba en cada hora transcurrida. Tiempo más tarde vio cómo su reloj de pulsera marcaba las diecinueve horas. Es hora de volver a casa, pensó. Un escalofrío recorrió su columna. De improviso, levantó la vista de las manecillas del reloj y sin disimulo escrutó con la mirada a sus compañeros de trabajo, esos casi desconocidos con los que había compartido años sin saber más que sus nombres. Desconfiado, comenzó a analizar sus gestos, viendo en cada movimiento de manos un detalle que evidenciaba nerviosismo e intranquilidad y pudo sentir la intensa apatía con que ellos respondían a sus ojos insolentes; le bastó con ese hecho para cerciorarse de lo indeseable que resultaba su presencia. Pensó en la envidia de la que era víctima, en la injusticia de ser tildado de traidor por haber sido más astuto que el resto. Miró desde el segundo piso la calle deshabitada y observó cómo oscurecía. Una vez llegando a la avenida estaré a salvo, pensó para reconfortarse. Podía sentir cómo los latidos de su corazón retumbaban en su interior en un compás desesperado mientras caminaba hacia el paradero. Sin previo aviso, un hombre de barba se le acercó y él reaccionó instintivamente tomándolo por el cuello de su chaqueta.

- Oiga, oiga, tranquiiilo hermano, no pasa ná’, le quería preguntar qué calle es esta no má’ – dijo el hombre, espantado.

Una vez que lo escuchó, lo soltó sin decirle nada y siguió su camino, sugestionado ante la idea de su tan próximo homicidio. Fue con ese mismo ánimo que continuó su trayecto, cambiándose de vereda constantemente y utilizando calles que le eran extrañas. Tras caminar quince minutos rápidamente y sin detenerse, se reconoció perdido en una calleja deshabitada; escuchó pasos que se acercaban, como de un grupo prominente de personas. Entonces corrió. Corrió sin mirar atrás, invocando en cada tranco a la avenida y a la gente. Y así, sin sospecharlo, se halló refugiado de nuevo en la multitud, hasta que atisbó a un hombre observándolo fijamente desde el umbral de una casa. Le respondió con otra mirada penetrante y caminó a paso firme, espiando de forma continua si este le seguía. Caminó dos cuadras más hasta que, sin rastro del hombre del umbral, llegó a su casa y puso pestillo a todas las entradas. Se dirigió directamente a su habitación y decidió tenderse sobre la cama. Cerró los ojos, aunque sin lograr atenuar el molesto eco que producían sus pensamientos en su cabeza. ¿Quién, por qué, para qué?, pensaba y volvía a repensar. ¡No tengo deudas, ni enemigos, ni amigos, ni familia! ¡No tengo a nadie! ¿Por qué tendría que morir?, se increpaba a sí mismo. Y así, absorto en una cadena ininterrumpida de especulaciones, se durmió al fin.

Al día siguiente el hombre pareció haber despertado como de una borrachera: el cuerpo le pesaba y su mente parecía razonar lenta y atolondradamente, pero, pese a su cansancio generalizado, estaba vivo. Eso era indudable. Sonrió aliviado, miró su reloj y supo que su día jueves acababa de comenzar. Eligió una camisa colorida para vestir, se preparó un desayuno digno de quien valora la buena vida y partió silbando hacia el paradero. En el trayecto atisbó a esa mujer que le robaba el sueño, pero a la que le era incapaz de hablar, caminando por la vereda vecina. Pensó en acercarse, en chocar deliberadamente con ella, en sorprenderla con una frase suspicaz, pero su tiempo estaba calculado de tal forma de que su rutina calzara sin problemas. No importaba, tendría tiempo otro día, más que mal, él vivía adelantado. Él vivía… adelantado, recordó como entre sueños.

- Hoy es jueves, pero es viernes para los otros. Y ayer era miércoles para mí y la nota la recibí el que era un miércoles en realidad. Y si hoy es jueves solo para mí, pero un miércoles me dijeron que moriría, solo queda un hecho concreto: Hoy es mañana – concluyó atónito el hombre.

Como un demente comenzó a deambular por las calles, tropezando con la gente que caminaba en dirección opuesta a él mientras susurraba para sí mismo suposiciones ininteligibles. De súbito, su mente halló claridad y la alegría iluminó su mirada. Soltó una carcajada disparatada, corrió hacia los automóviles completamente enajenado y comenzó a gritar:

- Hoy moriré porque hoy es mañana, pero el mañana nunca llega, porque siempre es hoy. ¿Qué es un mañana sino una invención? Ni el martes, ni el miércoles, ni ningún día existen. Es hora de abandonar las horas. Ya no hay tiempo. ¡Lo he anulado! ¿Me escuchan? ¡No hay tiempo! ¡De esa forma no moriré hoy, ni mañana, ni pasado!- gritaba extasiado en medio de la avenida, ante la mirada curiosa y morbosa de hombres y mujeres que detenían su paso apresurado para observarlo. – ¡Es cierto! Al fin lo he descubierto: No importa cuánto adelantemos nuestro tiempo, porque el curso de la vida es una sola.

- ¡Anda a predicar a otro lao’, hueón! – le masculló malhumorado un hombre robusto y canoso.

- Oiga usted, ¿sabe que no moriré? ¿Y sabe acaso por qué no moriré? ¡Porque soy dueño y creador de mi tiempo! ¡Nadie podrá decirme cuándo es miércoles o mañana! Y aunque hoy esté estipulada mi muerte, puedo escapar a ella diciendo que es sábado. ¿Lo ve? ¡Hoy es sábado! – terminó de decir justo antes de que un vehículo de ventanas opacas lo arrollara frente a la carnicería.

- Pero no es sábado para los otros – se escuchó decir a una voz desconocida y gutural dentro del coche oxidado.

9 comentarios:

  1. Muy ingenioso y muy bien escrito.
    Te felicito.

    Saludos.

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  2. Hola, me he tropezado con tu blog y la entrada me ha absorbido completamente :)

    Toda una paradoja, con un final imprevisto, me ha gustado mucho! Volveré por aquí.
    Tienes una invitación al Palacio de Cristal :)

    Un beso

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  3. Me mató el final

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  5. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  6. Me gustó mucho lo que leí, y ya cuando sonó "Beautiful Boyz" casi muero de gusto.
    Un beso grande :)

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  7. WOW. Digno e alguna revista literaria. Magnífico método de enlazar las ideas, con esa locura transparente que deparael destino. Escribes de lujo, me encantó.

    En cierto punto del texto me di cuenta que eras chilena y con todas sus letras. Nada más que decir, saludos compatriota! :)

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  8. Me gusta mucho tu texto, escribes genial!:)
    gracias por pasar por la botella, todo un placer que la lean tambien desde Chile!
    nos leemos, muah

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  9. Ufff me encanto la historia en serio, creo que tienes un don para escribir eee, me encanta :) Lo que yo saco de la historia esta es que la vida hay que vivirla cada segundo sin importarte nada mas, pero sobre todo sin obsesionarte por nada.. :)te sigo http://pequeniocorazon.blogspot.com/

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