miércoles, 15 de octubre de 2008

Una cosa, o dos.

Le diste tantas palabras, que por intentar recordar la última que le decías fue olvidando la primera. Luego la segunda y la tercera. Todo fue gradual. Incluso sutil, para que no herir a nadie. Ella, recuerdo, tenía la vaga sensación de que algo de sí misma se iba diluyendo, pero siguió guardando y botando, porque esa emoción parecida a la felicidad le impedía ver las consecuencias de las cosas, como el abatimiento, o la miseria.
Qué básico era todo; recibir, guardar, hasta memorizar. Y luego vestirse con la misma sonrisa adicta, falseada por ti. Ella podría haberte amado por siempre. Ella podría haberte dado todo, aunque no hubiese nada.

Pero llegaste un día, sin más que darle. Probablemente no tenías más, y ella tuvo que cerrar sus ojos para inventar tu parte. Llenarse, crearte. Hacer coincidir cada palabra para abrazarse, tocar cada melodía para besarse, llorar cada mentira para morirse. Por eso luego pudo creer fácilmente en tantas cosas, y dejarlas todas. Aprender del miedo, del olvido, del minuto que se estremece en el tiempo.

Pero hubo una cosa -sólo una- que no pudo imaginar: que algo o alguien se fuera y eso le resultara insoportable.

2 comentarios:

  1. Me encantó.

    (laimagentambiénestálinda) (:

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  2. Me pasearé por acá para perderme en estas letras. Y será encontrarse a conversar de pronto.

    Lo fácil de la comodidad que otorga la actitud "mundo feliz"... ufff, me exaspera más de la cuenta.

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